
La guerra es lo contrario al desarrollo sostenible, incluso la reducción de todas las formas de violencia es la primera meta del ODS 16 (Promover sociedades justas, pacíficas e inclusivas).
Hoy, probablemente no hay persona sobre la faz de la Tierra que al leer las atrocidades que están ocurriendo entre Ucrania y Rusia, se les encoja el corazón por aquellos y aquellas que están sufriendo o muriendo. Mucho más impactante se vuelve cuando leemos sobre una potencial escalada que termine con una Tercera Guerra Mundial… “Nuclear”.
Una nueva guerra global podría llegar a constituir un verdadero desastre, desorganizando y desarticulando sociedades que ahora más que nunca, necesitan estar unidas y apoyarse para enfrentar los desafíos que ya se tienen.
Aunque es triste, el impacto en pérdidas humanas no es lo único que está en juego. Se estima que las emisiones de Gases de Efecto Invernadero de los ejércitos podrían representar entre un 1% a 6% de las emisiones globales, los ataques, desechos de guerra y escombros contaminan ríos y zonas agrícolas que podrían tardar décadas en recuperarse, la deforestación y quema de bosques ha aumentado en la zona del conflicto y cuando nos encontramos lidiando con una emergencia climática que año tras años genera más desastres naturales nos posiciona en un escenario más dantesco donde la pregunta que aflora es si el mundo del mañana, si abril del 2022, será como el mundo que hemos conocido.
Las guerras erradican el progreso. Esperemos que los líderes de las naciones alcen sus voces y puedan detener una posible catástrofe por el bien y la paz en el mundo, dejando intereses de lado y poniendo por encima, el bienestar de la humanidad.